Las 10, sentada en la arena de la playa, el sol ya se ha escondido y comienza a anochecer, los pájaros vuelan hacia sus nidos y picotean en la orilla en busca de cangrejos que quedan en la arena por la bajamar; una gaviota vuela por encima de mi, ha sido solo un instante pero he podido observar su vuelo, el color de su plumaje y su pico afilado; escucho el mar, como las olas rompen fuertemente contra las rocas, también se escucha una música, yo diría que es oriental, ahora mismo no hace frío, aunque en ocasiones corre un poco de brisa que eriza mi piel, soy feliz, estoy agusto, y pienso en todo lo que me rodea, en lo afortunada que soy.
Me doy prisa en escribir, mi familia viene por ahí y no quiero que vean escribiendo, como miro al infinito y desenvaino una sonrisa porque estoy invadida por mis pensamientos.
Estoy esperando a que salgan las estrellas, para contarlas una a una y soñar despierta, o quedarme durante un rato dormida, pensando en él, como desearía que estuviera conmigo, poder mirarlo mientras el contempla el cielo, entrelazar sus dedos con los míos, contar historias; y cuando haga frío, recibir un abrazo suyo.
Sería bonito dormir en la playa; que me despertaran sus besos, en lugar del amanecer (como ocurre cada mañana), que fuera una noche única, como tantas que he pasado junto a él, una noche entera, que encabezara el primer puesto de la lista.
Cerrar los ojos y sentir su aliento, su calor, la suavidad de su piel. Puff... Respiro hondo y no pierdo la esperanza de poder vivir esto algún día.
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