Me bajé del tren, caminé por la vía entre la espesa niebla, haciendo malabares con las bocadas de humo frío que se colaban por cada uno de mis poros, imaginé formas, un gato que se vaporizaba, la silueta de una bailarina, por un momento vi su sonrisa...
Estoy empapada, el agua no para de caer y dibuja lágrimas sobre mi. Huele a tierra mojada, mis zapatillas quedaron llenas de barro, quizás porque hubo una vez en la que no me importaba pisar los charcos. Me siento en la vía del tren, mojada y fría, solo puedo ver un claro del bosque, rayo de luna.
No pasa nadie, y supongo que en el fondo tenías razón, estoy sola. Me tumbo, esperando que algún tren pase y me parta en dos, quiero mirar las estrellas y no puedo, la niebla me ciega.
Toco el bolsillo izquierdo y encuentro el último cigarrillo, el que no me fumé cuando estaba contigo, lo reserve para recordarte o para una ocasión especial, como esta. Lo enciendo y le doy una calada, no se si era vaho o humo lo que salía de mi boca, ese fué el momento en el que me sentí feliz. Después de olvidarte de mi en el andén 63, y digo el 63, por no decir el 24 o el 98, te esperé en todos y cada uno de ellos, me quedé en la estación toda una vida, esperándote.
Y cansada, me subí al primero que ví, y mírame, tirada en la vía, esperándote. Creo que tengo de eso, que los drogadictos llaman adicción, a ti. Y mono, a verte.
Descubrí, quizás cuando era tarde, que eras exactamente mi marca de heroína. Tan tarde, que lo último que ví fue una gran luz amarilla y un pitido que me dejó sorda, y entonces, todo se oscureció.
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