Día gris, nublado por aquellas cosas que se fueron y ya no están, por los recuerdos y sensaciones perdidas que solo se viven una vez, siento las caricias de las teclas de piano que suenan al ritmo de Ludovico. Montaña en la noche, desde aquí arriba parece que el tiempo se ha paralizado, e igual que antes, ya no me sale llorar de añoranza.
Puede que estemos presenciando la destrucción de una sociedad que un día fue bonita, porque eramos uno, y ahora, se encuentra dividida. Donde la gente no sabe decir lo que siente, lo que piensa, y así, escondidos en nuestro caparazón de mar, las olas no dejan de romper una y otra vez; la coraza se desgasta, nos asfixia, intentamos salir a flote, pero pesamos demasiado, con este carga sobre nosotros, que nos hace no ser, no respirar, no vivir. Solo cuando el caparazón se rompe, podemos salir a la superficie, a respirar la brisa del mar. Ahí es cuando vemos que, ya no queda nada, ya no somos nada de lo que habíamos sido antes, ahora estamos solos y sin caparazón.
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